Desde que el Movimiento de Resentimiento Nacional irrumpió en la vida pública, con su logotipo guinda y su letanía de cobijero de feria (reiterativa, predecible pero muy entretenida) la sociedad mexicana, toda, ha vivido envuelta en ilusiones.
La clientela natural de ese movimiento, por un lado, vivió y aún vive en la ilusión de la imposible “justicia social” que plantearon los ideólogos de López como oferta política: que todos vivamos igual de bien, porque todos somos iguales, y que “el pueblo” sea reivindicado por su gobierno en formas concretas. Si eso significa recibir tres mil pesos al mes sin más esfuerzo que hacer fila, pues que así sea; si eso significa que “los ricos” (en realidad la clase media con aspiraciones) dejen de tener condiciones propicias para prosperar a través del emprendimiento, está bien; si eso significa que “los extranjeros” sean maltratados hasta retirar sus inversiones del país, llevándose empleos y desarrollo, mucho mejor. La ilusión de ellos es convertirse en beneficiarios de algo imposible: la igualdad por decreto.
Por otro lado, están los objetores naturales al proceso destructivo que representa el régimen que nos gobierna; aquellos que podemos entender lo que implican las medidas tomadas desde octubre de 2018, y al menos intuimos en dónde habremos de aterrizar cuando los ahorros públicos y privados se terminen. Buena parte de este sector social también vive en una ilusión: cree que el régimen “se va a moderar” a partir de cierto punto, o ante determinadas circunstancias. Cree que este grupo político, en algún momento, habrá de saciarse, o de avergonzarse, o de amedrentarse ante su propia demolición... y no va a suceder.
Desde el aviso de cancelación del NAICM hasta el presente atraco al INFONAVIT, leo a gente que respeto y aprecio afirmando que la pandilla de López “no se va a atrever” a consumar algún proceso específico; se equivocaron entonces y se equivocan ahora: viven en una dolorosa ilusión de sensatez gubernamental.
La casi totalidad de la sociedad mexicana se alcanza con un tercer grupo de ilusos: aquellos que creen atestiguar la demolición desde un sitio seguro, y que por ello les es ajena; los que suponen que, al no involucrarse en los procesos cívicos y políticos, quedan a salvo de sus efectos. Se equivocan: el bienestar es un estado que puede ser individual, pero el progreso es un proceso y siempre es colectivo; en el mediano plazo, el estado cambia obedeciendo el rumbo del proceso. Y este proceso que vivimos en México apunta al desastre.
Así vista la sociedad mexicana, inmersa en diferentes fantasías pero igualmente ilusa, es fácil entender el inminente asalto al INFONAVIT y por qué no encontrará resistencia relevante: los clientes naturales del régimen creen que ese dinero le será quitado “al patrón”, para dárselo “al pueblo” en forma de vivienda barata; los opositores creen que el agravio implícito sería tan grave, que el régimen sólo está alardeando y dará marcha atrás; y los omisos cívicos se asumen ajenos. No hay, pues, un sector social consciente de tamaño relevante, que pueda articular una defensa de los recursos PRIVADOS que el INFONAVIT tiene en custodia. Y se van a esfumar, irónicamente, como por arte de magia.
CAMPANILLEO
La pausa legislativa anunciada respecto al atraco contra los trabajadores formales, no es muestra de sensatez ni reflexión: es pleito entre capos, para ver quién vende mejor su apellido. Y, como siempre, se pondrán de acuerdo.