Querétaro

Pequeños Reinos

Columna El Campanazo.

Las sociedades funcionan a partir de acuerdos; buenos o malos, actuales o anacrónicos, pero siempre amplios para alcanzar a ser conocidos y admitidos por una clara mayoría de los individuos que las integran. Cuando esos acuerdos se debilitan y una mayoría deja de entenderlos, ya no pueden ser cumplidos y entonces se abre la puerta al caos. Ahí anda México y también el mundo.

Los acuerdos sociales tienen en las leyes su máxima expresión, pero no se limitan a ellas: hay muchos acuerdos cotidianos que, sin estar consignados en texto alguno, tienen plena vigencia entre los individuos, permitiéndoles interactuar y funcionar como un cuerpo social. Leyes y costumbres tienen pues, para efectos prácticos, el mismo peso al momento de sustentar los acuerdos con los que usted y su vecino colaboran, así sea en forma tácita.

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Esto cobra especial relevancia hoy que las leyes federales son demolidas; “México” no existe más allá de la noción abstracta que nos enseñaron en la primaria, y para ser sostenida necesita mucho de las leyes y los acuerdos expresos, pues aquellos nacidos de la costumbre y el diálogo cercano difícilmente existen en la esfera nacional: no se entiende ni se valora lo mismo en la región de La Laguna que en la Chontalpa, ni es igual acordar algo en Querétaro que en Chilpancingo, y tampoco se parecen los procesos sociales de Monterrey a los de Campeche.

La historia, los valores, el clima incluso, varían de una región de México a otra; la forma de convivencia, pues, también; y los acuerdos expresos o tácitos que permiten a los individuos la colaboración, también tienen diferencias. Conviene tenerlo muy presente, hoy y en los años por venir, pues pronto nos veremos, región por región, ante un dilema: sobrevivir dentro del derrumbe nacional, aferrándonos a la noción de “México”, o vivir en lo propio y cercano, acogiéndonos a la realidad local en que cada uno vive.

El discurso del régimen federal alude siempre, por necesidad, a nociones abstractas como la soberanía “nacional” o la defensa “de México”, y nos convoca a sacrificarnos “como mexicanos”, pues no le es posible hacerlo a partir de las realidades locales: usted, mexicano, no tiene muchos elementos para rebatir nociones vagas que involucran al enorme y complejo escenario nacional; pero usted mismo, queretano, tiene elementos de sobra para asimilar y formarse una idea propia sobre nociones concretas que se limitan a la entidad en que vive.

Para sortear el derrumbe de acuerdos que sufren nuestro país y el mundo, convendría refugiarnos en los acuerdos locales y en aquellos hechos con el resto del mundo a partir de mecanismos igualmente locales; no sólo son más concretos sino también más precisos, más ciertos y más adecuados a la idiosincrasia de cada región, que las abstracciones inoperantes del discurso nacional. Al final del día usted no vive “en México”; usted vive en Querétaro, en Guanajuato, en Jalisco, y esos entornos acotados, con costumbres y valores compartidos, son mucho más amigables y fáciles de entender que el fragmentado, turbio e inoperante ambiente nacional.


Prepárese para dejar morir a “México” con serenidad y desde el amor: se enfermó de realidad, y no parece haber remedio para su padecimiento. Dedíquese, mejor, a cuidar su estado o región; a robustecer lo que va bien, y a corregir lo que anda mal; ahí usted sí existe y sabe qué se requiere hacer: es su Camelot.

CAMPANILLEO

Los discursos regionalistas, o francamente secesionistas, nunca son ocurrencias.

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