Desde que Román Miranda decidió seguir una carrera en el mundo de las artes, transita en un mundo hermoso lleno de una veracidad dentro de un trazo infinito, la forma y el origen parecen ser uno mismo para transformarse en una obra tan realista que parece salirse del soporte en donde el artista haya decidido plasmar al personaje o la forma. Y es de esta manera tan peculiar que su obra por lo general, transita en un mundo monocromático pero tan específico, lleno de peculiaridades y, tanto el ser como la forma, lo envuelven todo. Con respecto a esta decisión de valorar la obra más allá del uso del color, Román comenta:
“En un principio fueron los propios materiales, el disfrute de trabajar con lápiz de grafito o con carbón,.. Después me di cuenta que, en mi obra, el color se volvía un distractor; ya que el manejo de una escala de grises me permite centrar la atención en el mensaje, la narrativa de cada obra”.
Y sin embargo, el color se hace presente en algunos gestos, lo vemos solo como un mero complemento, como él mismo menciona:
“… No estoy peleado con el color, hago uso de él como un acompañamiento, no como protagonista. Aún aquellas piezas que tienen ‘bastante’ color están resultas a partir del dibujo”.
De esta manera, el artista que vive dentro de Román Miranda, ha transitado hacia una evolución en la que se aproxima a la génesis que lo llevó por primera vez a la producción artística. Una creación más visceral que cerebral, en donde su última producción titulada ‘El laberinto de Creta’, se acerca a este primer momento y se aleja de agentes externos y la influencia de otros muchos distractores. Acto que lo vincula al disfrute pleno de una nueva serie artística que brota libremente, como él menciona:
“…es intentar dejar fluir más lo emocional tanto en lo simbólico de los mensajes como en el proceso de la misma técnica, soltar los trazos, no estar tan contenido en los detalles. Vuelvo a mis principios cuando sentía mayor libertad y despreocupación“.
Es así, que él mismo se transporta a un momento en donde el estar consciente del momento, se transforma en el disfrute pleno de su trabajo,
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“…por momentos nuestra atención se centra más en todo lo que gira en torno a la obra más que en la obra en sí misma…”.
Por lo tanto, Román se permite sorprenderse de la incertidumbre, del no saber qué es lo que sigue y no estancarse en fórmulas, encontrar nuevos caminos dentro de su producción.
Para finalmente comentar, sobre nuestra contemporaneidad, lugar en que las redes sociales imperan y parece que nada nos sorprende, y encontrar o tener un estilo propio parecen un gesto meramente subjetivo.
“…Algo que he visto con mucha frecuencia es que ‘navegamos’ en las redes en busca de un estilo que podamos hacer propio, al hacer esto lo único que conseguimos es perdernos".
Por lo tanto, alienta al decir que para él el estilo es el resultado de un estudio a partir de la práctica en la que impera la persistencia:
“… esa práctica se vuelve estudio y con el tiempo se podrá volver reconocible, aunque vaya evolucionando, el trazo está ahí, es nuestro trazo“.
Actualmente la obra El ataque de las chicas cocodrilo, obra de este gran artista plástico, se exhibe dentro del espacio de M108 Curaduría como parte de su última exposición “Colección M108”.