Opinión

De San Fernando a Teuchitlán

Objetos encontrados en Teuchitlán, Jalisco.
Objetos encontrados en Teuchitlán, Jalisco. /Cortesía.

En agosto de 2010 se conoció la masacre de San Fernando, en Tamaulipas: 72 migrantes fueron secuestrados y luego ejecutados por un cartel, al no recibir sus captores el pago del rescate que exigieron por ellos, ni aceptar los secuestrados formar parte del cartel; los cadáveres fueron abandonados a la intemperie en un ejido, y el caso se conoció porque un par de víctimas lograron escapar antes de ser asesinados y dieron aviso a la marina.

El sábado pasado, 14 años y medio después de San Fernando, se conoció el caso del campo de concentración de Teuchitlán, en Jalisco, donde se descubrieron restos humanos y se calcula fueron retenidas, torturadas, asesinadas e incineradas 200 personas en un rancho. El caso fue dado a conocer por un colectivo de búsqueda, después de una llamada anónima.

Entre esos dos sucesos hay incontables casos de violencia en todos los estados del país; tantos y tan aterradores, que parecen haber trivializado ya las masacres, o adormecido a la opinión pública, o una combinación de ambas cosas.

De la consternación nacional provocada por San Fernando, pasamos a la indiferencia casi absoluta ante Teuchitlán. Parece que en México hoy ya no entendemos lo que está pasando, o ya nos da igual suceda lo que suceda. En cualquier caso, esa degradación de la atención pública es una pésima noticia para todos en esto que algunos todavía llaman “país”.

¿Por qué ya no conmueven los casos como el de Teuchitlán? ¿Por qué las notas que dan cuenta de ello se pierden entre otras absolutamente triviales? El ser humano, condicionado por la supervivencia en un entorno hostil durante miles de años, solía tener como una de sus habilidades la identificación de amenazas: de ello dependía llegar en una sola pieza al anochecer, y prepararse para sobrevivir al día siguiente.

Esa habilidad parece haberse perdido, al menos en eso que llamamos “México”: la aterradora amenaza que representa la violencia del crimen organizado, ya no parece encender las alarmas en suficientes personas; y una amenaza que no es advertida, no es atendida; y si una amenaza no es atendida, es cuestión de tiempo para que se cumpla.

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Dirigir la atención ante hechos de violencia nunca fue un tema de razonamiento, sino de emoción; las multitudes son emocionales, no racionales, lo cual ya las colocaba en un estado de riesgo si reaccionaban ante una amenaza con poco tino, debido a la emoción. Ahora ni eso: ya nomás no hay reacción. Ni buena ni mala. Y eso garantiza que las amenazas causen daños en el corto o mediano plazo.

¿Qué necesita suceder para que la sociedad mexicana recobre el enfoque útil en su propio beneficio? Su abulia ante la violencia sufrida en sus propias comunidades no se debe, tampoco, a falta de datos o de tiempo: todos los días leemos en redes sociales a mexiquenses consternados por lo que pasa en Israel; a chilangos que viven en un grito porque Palestina no es libre; a quintanarroenses genuinamente interesados por la paz en Ucrania; y a jaliscienses, vecinos cercanísimos de Teuchitlán, construyendo conversación en torno a temas diversos... excepto Teuchitlán.

CAMPANILLEO

Pasamos de 72 a 200; de una ejecución oportunista, a un exterminio sistemático; de la periferia, en Tamaulipas, a algo más céntrico, en Jalisco. Sí: está empeorando. Mucho.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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