Crecí durante el siglo pasado escuchando que “las crisis son oportunidades”, y como escuché esa noción en mi casa y en todas las escuelas a las que asistí, y en agrupaciones empresariales y en congresos diversos, lo creí y, mejor aún, lo hice realidad.
Aprendí así a identificar los procesos que perdían vigencia en medio de una crisis, y las nuevas necesidades que emergían con ella; gané destreza abandonando los primeros y ahorré recursos; aprendí a satisfacer las segundas y obtuve dinero.
En todos los casos, la generación de riqueza dependía de intercambiar algo que yo tenía o sabía, por algo que alguien más tenía o sabía, y para que ese intercambio sucediera con frecuencia y fluidez, el acuerdo que lo alumbraba tenía que estar alineado con el entorno y la ley.
Conforme crecí y el siglo XX se fue acabando, las crisis en México fueron cada vez menos recurrentes, pues en el país y en el mundo los acuerdos amplios se volvieron cada vez más claros y robustos, permitiendo acuerdos específicos más fluidos y frecuentes para intercambiar valor, y una generación de riqueza inédita.
Hoy, cumplido el primer cuarto del siglo XXI, esa etapa de lucidez, certidumbre y generación de riqueza está llegando a su fin, tanto en esto que llamamos “México” como en el resto del mundo; y no llega a él por una falla en el modelo, sino derivado de agendas aislacionistas y caprichos caudillistas, entronizados mediante procesos democráticos cabales, que han elegido demoler esos acuerdos amplios que daban certidumbre a los intercambios de valor.
Tengo derecho a suponer, pues, que las crisis volverán. Ya están sucediendo, de hecho. Contenidas por los mecanismos creados en los últimos 50 años, pero ya se asoman en los medios tradicionales y las redes sociales: las inversiones se achican o se pausan, incluso desaparecen; los empleos escasean en amplias regiones del país; los precios se elevan mientras la producción se reduce, provocando inflación y escasez. Esta historia ya la vi, y se pone peor.
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Si las decisiones delirantes de Donald Trump, el cómplice tándem de Sheinbaum (o quien sea que tome las decisiones en el ejecutivo federal) y la torpeza de buena parte de la sociedad mexicana se mantienen como hasta ahora, veremos el regreso de la escasez que este país sufrió en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado: carencia de opciones en cada aspecto, menores intercambios de valor, pobreza, violencia, inseguridad y parálisis.
La buena noticia es que las crisis seguirán siendo oportunidades, y habrá que estar atentos para aprovecharlas: por cada parte del modelo que sea demolida, habrá una grieta por la cual se asomará una oportunidad; quien la vea primero y la vea bien, cosechará; quien no, será quien pague los costos. Así fue antes y así volverá a ser.
Quien viva en las regiones aún civilizadas de México, donde la sociedad no ha renunciado a respetar y hacer respetar la ley, aprovéchelo: está a punto de ser una clara excepción en este país, y eso tiene gran valor para intercambiar en forma de bienes raíces, inversiones y asociaciones, generando progreso.
Quien viva en las regiones asociales y ayunas de ley, donde la sociedad es omisa para cumplir hasta los más sencillos y primarios reglamentos, emigre: habitarlas le va a costar el doble y los beneficios obtenidos serán miserables, porque la consecuencia lógica de ser incivilizado es la miseria.
CAMPANILLEO
Hable a sus hijos, sobrinos y nietos sobre las crisis, y explíqueles que son oportunidades de progreso. Estarán bien.