Algarabía

Aluxes y chaneques: el México mágico

Se cree que los aluxes y chaneques habitan en montes, selvas, cuevas, manantiales, ríos, arroyos que son su vía de acceso a nuestro mundo

México: sin duda, un país misterioso. No sólo por sus historias, su cultura y su arqueología, sino también por sus tradiciones y creencias, en las que se empalman lo real y lo inverosímil, y en las que cobran vida personajes de leyenda como la Llorona, los nahuales, las brujas y los duendes, que parecieran legitimados por la tradición oral de nuestros pueblos.

Cuando alguien nos habla de duendes, inmediatamente viene a nuestra mente la imagen del duende Leprechaun irlandés, con sombrero de copa verde, adornado con un trébol y ropa colorida. Sin embargo, los duendes no son exclusivos de esa cultura.

En nuestro país también se habla de otras criaturas que podrían considerarse sus equivalentes: los aluxes y los chaneques, sabios ancestrales que resguardan la selva, la naturaleza y la vida, y que se desprenden de las mitologías maya y tolteca, respectivamente.

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Los aluxes

Alux o Alux’ob, del maya alux, significa «geniecillo del bosque» o «enano milenario». Para la religión maya, los aluxes eran deidades menores, espíritus de la naturaleza y los primeros pobladores de la Tierra, incluso antes de que existiera el sol; otros creen que se trata de los espíritus de los niños que murieron durante la conquista europea. Se les ha comparado también con los elfos celtas dadas sus características físicas.

La representación gráfica más antigua de estas criaturas está labrada en el Templo de los Aluxes, en la zona arqueológica de Yaxchilán, Chiapas, a orillas del Río Usumacinta; según la tradición, fueron los mismos aluxes quienes construyeron este complejo arquitectónico. Hoy en día, se cree que estas criaturas habitan en la zona del estado de Yucatán y el sureste de México, justo donde se asentó el poder maya quiche.

Función. Los aluxes, además de resguardar la naturaleza, pueden ponerse al servicio de quien solicite sus servicios. La creencia dicta que si un campesino quiere que un aluxe cuide de sus sembradíos, milpas o fincas, debe solicitar a un jmeen, tatiche o brujo, que diseñe para él un aluxe —muñeco normalmente hecho de barro cocido, aunque puede ser de cualquier otro material— y que lo anime mediante un ritual.


A cambio de ciertos cuidados, este aluxe protegerá durante siete años a su amo y su milpa, asustando a los ladrones que se acerquen a ella mediante silbidos y lanzando piedras a los intrusos.

Sin embargo, si el amo no cumple con las condiciones pactadas de manutención, cuidados y descanso, el aluxe se volverá contra él, causándole enfermedades, e incluso la muerte. Finalmente, cuando el campesino, por alguna razón ya no desee los servicios del aluxe, sólo el jmeen podrá —mediante otro ritual— regresarlo a su lugar de origen en el interior de bosque.

Aspecto. Se les describe como seres pequeños con rostro de niño. Algunos refieren que los aluxes llegan a la rodilla de un hombre de estatura regular. Su fisonomía no dista mucho de la de los oriundos de la zona maya, y su vestimenta es semejante a la de los campesinos: usan ropa de manta y sombrero de paja, y cargan con una escopeta.

Conducta. La gente del sureste dice que los aluxes son traviesos, maldosos y muy perniciosos. Acostumbran mecer las hamacas de los durmientes, arrojar piedras a los viajeros, silbar y contaminar el agua de los excursionistas y espeleólogos cuando éstos invaden los terrenos que están bajo su protección. Sin embargo, en el cumplimiento de su labor pueden llegar también a derribar puentes, provocar accidentes, tirar chozas y hasta enfermar a quienes ellos perciban como una amenaza.

No se les considera ni buenos ni malos, sino entes que actúan conforme a cierto sentido de la justicia. Los aluxes sienten un particular rechazo por los extraños; por ello, si alguien desea internarse en sus dominios debe cumplir con un ritual y darles una ofrenda. Quienes afirman haber sido víctimas de sus tropelías aseguran haber escuchado cuchicheos, risas y pisadas como de niños en el interior de los cenotes y las grutas.

CHANEQUES


La palabra chaneque proviene del náhuatl chane, que significa «el que habita en lugares peligrosos». Se les considera deidades de la tierra y del agua, y como tales velan por los animales del monte y todo lo que existe en él. Se les relaciona con el inframundo y, al igual que los aluxes, son considerados dioses menores por diversas religiones prehispánicas, principalmente en los estados de Veracruz, Oaxaca, Tabasco y Guerrero.

Se cree que habitan en montes, selvas, cuevas, manantiales, ríos, arroyos, lagunas, ojos de agua, norias y cualquier lugar donde abunde el agua, elemento que usan como vía de acceso a nuestro mundo.

Origen. De acuerdo con la tradición popular, cuando los dioses terminaron la creación del mundo dieron vida a estos espíritus ancestrales para que custodiaran la naturaleza y las zonas sagradas bajo el mando del rey Chaneco. También se les ha vinculado con los tlaloques —ayudantes del dios Tláloc para convocar la lluvia—, quienes, se dice, son implacables en la defensa de sus territorios.

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Aspecto. Mientras algunos refieren que los chaneques tienen cuerpo de ancianos y cara de niños, otros les atribuyen, de manera contraria, una constitución física infantil y rostros como deteriorados por el tiempo; en general, se cree que miden alrededor de 1.20 metros, tienen sólo una oreja, cola, pies invertidos —el izquierdo donde debiera ir el derecho, y viceversa— y garras en vez de manos.

Conducta. Son extremadamente celosos y hostiles con los extraños que merodean en sus dominios, y gustan de hacer bromas y arrojar piedras a quienes pasan por sus terrenos; cantan, lloran, silban y ríen, y suelen llevar a los niños a jugar a sus guaridas —aunque cuando éstos desean volver a casa, los chaneques los castigan golpeándolos.

Sin embargo, lo que más disfrutan es desorientar a los viajeros en los caminos. Su lado más oscuro se manifiesta cuando enferman a quienes se topan con ellos, asustándolos y causándoles un mal conocido como «el espanto del chaneque», que consiste, según la creencia, en la pérdida del tonalli —espíritu asociado al día de su nacimiento—, seguida de episodios de fiebres elevadas, dilución de la sangre y, si el enfermo no es atendido por un tepopova —curandero—, de la muerte.

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Invisibilidad y camuflaje. Como todo espíritu, los chaneques tienen la capacidad de esconderse del ojo humano cuando así les conviene, camuflándose entre el follaje, los troncos, piedras o animales silvestres. Sin embargo, quienes creen en los duendes afirman que es posible percatarse de su presencia, siempre que se tengan capacidades extrasensoriales —como las propias de los chamanes y videntes.

Protección. Los habitantes de las regiones donde se han reportado apariciones de chaneques echan mano de una serie de protecciones contra estos perniciosos seres. Una de ellas consiste en ponerse la ropa al revés en cuanto ven acercarse a un chaneque —se cree que esto aleja e inhibe sus malas intenciones—; otra, en gritar tres veces el nombre Juan —como llamada a San Juan Bautista, quien, se cree, puede ahuyentarlos definitivamente.

Algunos chamanes, al experimentar bajo trance otros «niveles de realidad y conciencia», aseguran haber visto duendes y otras entidades que pertenecen a la «realidad aparte» de la que hablaba el antropólogo y escritor Carlos Castaneda; otros aducen que esos seres constituyen algún tipo de «proyección» de la vida vegetal; incluso ha habido quien vincule este «universo paralelo» con la teoría de las cuerdas y la física cuántica.

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Pero mientras no exista una explicación convincente que confirme o descarte su existencia, los duendes mexicanos seguirán formando parte de la idiosincrasia nacional y del imaginario colectivo.

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