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FOTOS: A 68 años del Holocausto

En Alemania son cada vez menos los testigos vivos que padecieron o presenciaron el Holocausto y que puedan narrar su experiencia, situación que se pone de manifiesto cada 27 de enero, día de la conmemoración en este país. Uno de esos testigos es Ernst Grube, quien ahora tiene 80 años, y quien vivió parte de su infancia en un campo de concentración. Tenía cinco años cuando vivía en Munich en la calle de Herzog Max Strasse y presenció en 1938 la quema de la sinagoga de Munich, algunos meses antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial.

Su madre era judía por lo que sus padres huyeron junto a sus hijos porque los nazis los estaban identificando. Los niños eran separados de sus progenitores y se los llevaban al hospicio infantil de Schwabing. A partir de 1941, a dos años de que la Alemania nazi desencadenara la Segunda Guerra Mundial, los niños del hospicio de Schwabing tuvieron que portar en forma visible sobre la ropa la estrella de David que los identificaba como judíos.

A ellos les prohibieron actividades como ir al cine, viajar en tranvía e ir a la escuela. Grube recuerda que esa estrella amarilla sobre la ropa le transmitió de inmediato la impresión de que lo que se estaba haciendo con ellos, los judíos, era algo malo. No podía jugar con los niños que no llevaban la estrella porque éstos lo rechazaban le decían cosas como “lárgate, puerco judío!”.

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Son los recuerdos de un niño que dejó de entender el mundo que lo rodeaba. Una tarde de noviembre de 1941 un autobús recogió a 23 de los niños del hospicio, quienes fueron llevados a Lituania donde los nazis los mataron. Entre ellos su mejor amiga. Grube narra que no formó parte de ese grupo porque era “medio judío” por parte de madre. En 1942 fue llevado a otro hospicio y las condiciones de vida se endurecieron. Las barracas donde vivían los niños estaban húmedas, eran estrechas y estaban llenas de ácaros, esos parásitos que anidan en los colchones. De ahí lo llevaron al campo de concentración de Theresienstadt, ciudad que hoy se ubica en la República Checa. Cuenta que no tenía miedo a morir porque de todas formas vivía en un ambiente de desesperanza sin futuro.

Grube advierte que esa terrible situación sigue presente en la Alemania de hoy en día, en los alojamientos para refugiados que llegan al país para librarse de la represión o en busca de mejores condiciones de vida. Cuatro, cinco y hasta seis solicitantes de asilo viven en un pequeño cuarto al que las autoridades alemanas los destinan, vivían aislados del “mundo alemán normal”.

En su calidad de testigo del Holocausto, advierte que es necesario hacer del conocimiento público la vida que llevan los solicitantes de asilo en Alemania y esforzarse por mejorar su situación. Su mensaje es que hay heridas que no cura el tiempo y su misión es hablar de su experiencia a los grupos de escolares y jóvenes que acuden a los museos y memoriales que se erigieron en los que fueron campos de concentración nazis. En especial el de Dachau, que se encuentra en las inmediaciones de Munich, cerca de Regensburg, donde vive.

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