G7: Economía y cooperación complican relaciones con China

HIROSHIMA, Japón (AP) — Los gobernantes del Grupo de los Siete países más desarrollados generalmente coinciden al expresar sus inquietudes sobre China. El problema es cómo pasar de las palabras a los hechos.

En los últimos dos años, el gobierno del presidente Joe Biden ha tratado de reformular la relación con Beijing y obtener el apoyo de naciones de mentalidad similar en busca de una respuesta enérgica a lo que funcionarios en Washington y otras democracias occidentales llaman la “coerción económica”.

Pero el G7 también necesita cooperar con China en asuntos globales más amplios como el cambio climático, Corea del Norte, la guerra en Ucrania y los problemas de las economías en desarrollo endeudadas.

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En la cumbre que se celebra esta semana en Hiroshima, funcionarios estadounidenses dicen esperar que los líderes del G7 aprueben una estrategia unificada sobre “coerción económica”, que definen como represalias económicas por políticas consideradas contrarias a los intereses de otro país, en este caso, China.

Los asesores de Biden lo presionan a favor de este enfoque desde que asumió a principios de 2021. Su gobierno ha tomado medidas concretas contra China al restringir el comercio y las inversiones en nombre de la seguridad nacional, a pesar de las consecuencias económicas.

El problema son las represalias contra “países que toman medidas que no complacen a China desde el punto de vista geopolítico. Es un asunto que debería preocuparnos a todos”, declaró la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, la semana pasada en las reuniones de funcionarios financieros del G7 en Niigata, Japón.

“Nos gustaría trabajar juntamente con nuestros socios y continúan las conversaciones sobre eso”, agregó Yellen. Las medidas coordinadas volverían más eficaces los esfuerzos para salvaguardar la seguridad económica, añadió, aunque Estados Unidos no tiene interés en romper relaciones económicas con China.


Mientras tanto, la Unión Europea ha avanzado en su propia plataforma para enfrentar la “coerción económica”, impulsada por las medidas del presidente Donald Trump contra miembros del G7 bajo el lema “America First” (“Estados Unidos primero”).

“Si bien todos tenemos relaciones independientes con China, confío en que los gobernantes del G7 coincidirán en un conjunto de principios muy medulares compartidos”, manifestó el lunes en conferencia de prensa la presidenta de la UE, Ursula von der Leyen.

Se hizo eco de declaraciones de Yellen y otros funcionarios estadounidenses al decir que la estrategia de la UE apunta a la “disminución de riesgos, no la ruptura”.

Yellen dijo que los límites al comercio con y las inversiones en China, aún en etapa de elaboración, serán de “enfoque estrecho” y apuntarán a proteger tecnologías con implicaciones de seguridad nacional.

En octubre, el Departamento de Comercio prohibió las exportaciones de semiconductores y otros equipos de última generación a China debido al temor de que las empresas chinas y el gobierno los utilicen con fines militares. Logró que Holanda y Japón se incorporaran con sus controles sobre la exportación, socavando uno de los objetivos del presidente Xi Jinping de volver dominante a la economía china en tecnologías clave.

El Departamento del Tesoro puede imponer sanciones ante amenazas relacionadas con la ciberseguridad y las fuerzas armadas chinas. El gobierno también investiga las inversiones chinas en Estados Unidos y estudia restricciones a las inversiones estadounidenses en China.


Pero el año pasado Estados Unidos importó mercadería por valor de casi 537.000 millones de dólares de China, con la que tuvo un déficit comercial de 383.000 millones, según la Oficina del Censo. Eso crea una codependencia: empresas chinas necesitan a sus clientes estadounidenses y Estados Unidos necesita productos chinos.

Las empresas estadounidenses tienen una inversión acumulada en China de casi 120.000 millones de dólares. Los países europeos, sobre todo Alemania, Reino Unido, Holanda y Francia, han invertido más de 140.000 millones de dólares en negocios chinos en los últimos 20 años, según cifras de la UE.

Durante la pandemia, los trastornos al suministro de toda clase de productos, desde chips de computadora y marcos de ventanas hasta fórmula para bebés y calzado de trabajo, puso de manifiesto en qué medida el mundo depende del comercio con China para mantener las estanterías llenas y el mundo vestido, alimentado y bajo techo.

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A los riesgos percibidos se suma el hecho de que la policía china allanó recientemente las oficinas de las consultoras Bain & Co. Adicionalmente, Mintz Group. Beijing inició un estudio sobre seguridad nacional del fabricante estadounidense de chips Micron.

“Vemos a China emplear medios y métodos como la fusión militar-civil, la coerción económica y formas extremas del proteccionismo digital”, advirtió Suzanne Clark, gerente general de la Cámara de Comercio de Estados Unidos. “Estas medidas y métodos en nombre de la seguridad absoluta de China —junto con los enormes subsidios estatales, las prácticas comerciales desleales y los abusos a los derechos humanos— han vuelto al mundo menos seguro”.

Las diferencias con China van mucho más allá del comercio y la tecnología

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Los gobernantes chinos han cuestionado el “orden internacional” y el “Estado de Derecho” dominados por Estados Unidos, amenazando con invadir la democracia insular de Taiwán y extender la presencia militar en el Mar de China Meridional.

Beijing exige que tanto empresas como gobiernos eviten violar su posición en zonas que considera vitales para sus intereses de seguridad, mientras que Estados Unidos y otros países del G7 deben someterse a las normas de los derechos humanos y el Estado de Derecho.

La pregunta es hasta dónde están dispuestos a llegar Washington y sus socios del G7 y cuáles medidas inclinarán la balanza más allá de lo que China está dispuesta a aceptar.

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La respuesta indignada de Beijing a las acusaciones de coerción económica sugiere que será difícil separar los intereses financieros y comerciales del G7 de los lazos militares y diplomáticos.

Durante las conversaciones financieras del G7, un vocero del ministerio del Exterior chino, Wang Wenbin, dijo que Estados Unidos era el culpable principal. El martes, Wang atacó a Japón, anfitrión de la cumbre del G7, afirmando que su gobierno es “adicto a provocar y crear enfrentamientos entre los bandos, lo cual daña los intereses regionales”.

Después de la caída de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos y sus aliados trataron de estrechar los lazos de la economía global, con la expectativa de que los intereses financieros compartidos reducirían el riesgo de conflictos.

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Pero el aumento del comercio con China vació poblaciones fabriles en Estados Unidos, factor que contribuyó a desestabilizar la política estadounidense. Adicionalmente, China ha evolucionado de manera imprevista para las autoridades estadounidenses. Xi, el gobernante más poderoso del país desde la década de 1960, ha ampliado enormemente los poderes del Partido Comunista gobernante para incluir los controles sociales y la represión del disenso o las críticas, empleando la tecnología para crear el primer Estado de vigilancia masiva verdaderamente moderno.

“La integración económica no impidió a China extender sus ambiciones militares en la región, ni impidió a Rusia invadir a sus vecinos democráticos”, subrayó el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, en un discurso reciente. “Ninguno de los dos países se volvió más responsable ni cooperador”.

La elección de Biden y la invasión rusa de Ucrania han dado nuevo impulso al G7. Al mismo tiempo, “el problema más grande para los gobernantes del G7 reunidos en Hiroshima es la visión de liderazgo que desean proyectar”, señaló el International Crisis Group en un análisis reciente.

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