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El relato de un periodista ucraniano de DW en la guerra de Ucrania

Cuando estalló la guerra, el periodista de DW Konstantin Goncharov regresó a Ucrania para unirse a las fuerzas armadas. Aquí comparte su experiencia tras tres años de servicio militar.Hasta 2022, Konstantin Goncharov trabajaba como periodista en Deutsche Welle. Con el inicio de la invasión rusa, se alistó como soldado en el ejército ucraniano, al igual que muchos otros compatriotas. Este es su testimonio personal tras tres años de guerra en su país.

Ni las sanciones internacionales ni las amenazas políticas han logrado detener la agresión militar de Rusia. Vladimir Putin tampoco se ha visto frenado por sus propias pérdidas. Al contrario, cada derrota lo obliga a buscar nuevas estrategias en lugar de abandonar la guerra.

Durante casi tres años, he visto cómo cambia el ejército ruso, cómo evoluciona el campo de batalla y cómo nuestras fuerzas se adaptan como un organismo vivo en un entorno hostil. El ejército ucraniano ha aprendido no solo a sobrevivir, sino a transformar la guerra a su favor con tecnología avanzada. Sin embargo, ninguna tecnología puede sustituir lo más importante en esta guerra: el soldado de infantería que se aferra a su patria a pesar de la fatiga, el dolor y el miedo.

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Del fusil al dron

El primer combate en el frente es inolvidable: el suelo tiembla, las explosiones rasgan el aire, las casas arden y los proyectiles silban mientras se escuchan gritos en la distancia. Ese fue mi primer encuentro con la brutalidad del conflicto. Recuerdo las primeras ráfagas de fuego, el olor a pólvora y a edificios en llamas impregnando cada respiración, un sabor agrio y sulfuroso en la boca, como si decenas de fuegos artificiales explotaran a la vez. Pero aquí no hay ninguna celebración, solo la cruda realidad de la guerra.

Mi servicio comenzó en una brigada aerotransportada que liberó Jersón y Mikoláiv y combatió en Donetsk y Zaporiyia. Luchábamos por cada posición, cada calle, cada ruina en ciudades destrozadas por los bombardeos.

Tras ser herido y pasar meses en rehabilitación, me trasladaron a una unidad de reconocimiento electrónico. Mis armas pasaron de los rifles a la información. Analizamos señales de radio para rastrear movimientos enemigos, drones y sistemas de guerra electrónica.


El conflicto ha cambiado y los drones se han convertido en un factor decisivo. Al principio, eran una improvisación desesperada para suplir la falta de munición, pero hoy son armas precisas y letales. Trincheras, refugios, blindados: todo es blanco en una carrera entre operadores de drones por detectar, alcanzar y destruir al enemigo primero.

Con el auge de los drones, también creció la necesidad de neutralizarlos. La guerra electrónica avanza a un ritmo asombroso, obligándonos a cambiar frecuencias y mejorar algoritmos a diario. No hay margen para la complacencia; se necesita un esfuerzo constante de programadores e ingenieros.

El límite de la resistencia humana

Pero ningún avance tecnológico puede devolver la energía a quienes llevan años en el frente. Después de tres años de guerra, la rotación de tropas se ha convertido en un problema crítico. Soldados agotados, esperando reemplazo durante semanas o meses, pierden reflejos y moral. La falta de sueño nubla la mente, el cuerpo se debilita por el hambre y la sed. Ya no se piensa, solo se reacciona, se sigue adelante por instinto.

Muchos llevan meses o años sin regresar a una vida normal. Incluso un breve descanso permitiría recuperar fuerzas, pero el valor de cada unidad en condiciones de combate es incalculable. La mayoría de las líneas del frente están en una postura defensiva, lo que impide retirar tropas para descansar sin crear brechas que el enemigo explotaría de inmediato.

Paradójicamente, en las ciudades relativamente seguras del interior, la guerra se siente de otra manera: noches en vela por las alarmas aéreas, una sensación constante de anticipar una tragedia inevitable. En el frente, en cambio, todo es claro: hay una misión, una orden, un enemigo. Lo único que importa es ser efectivo, porque de ello depende no solo nuestra supervivencia, sino la posibilidad de la victoria.


La fuerza de la resistencia

La guerra me ha cambiado. Lo que antes era algo abstracto se ha convertido en una rutina brutal, donde hasta los pequeños placeres adquieren un nuevo significado: una taza de té caliente, un momento de silencio sin explosiones. Una verdadera satisfacción es ver cómo nuestros drones frenan los ataques enemigos.

Por supuesto, sueño con volver a casa, con una vida en paz. Quiero dejar atrás las trincheras heladas, las raciones de emergencia y la fatiga constante. Pero estamos exhaustos y no podemos rendirnos. No solo luchamos por nosotros, sino por quienes han caído y por quienes nos esperan en casa.

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No creo en una paz rápida. No hay espacio para compromisos cuando el agresor sigue avanzando y conquistando territorio. Rusia no retrocederá por sí sola; solo una resistencia organizada puede detenerla. Mientras infantería, drones, tecnología y un espíritu inquebrantable trabajen juntos, el enemigo no tendrá oportunidad de seguir avanzando.

Cada retraso en la ayuda internacional le da tiempo a Rusia para reforzarse. Esto es evidente para cualquiera en el frente. Pero nuestra lucha continuará, sin importar las dudas políticas o la indiferencia de algunos líderes mundiales. Aunque haya quienes intenten culparnos a nosotros por la guerra, nuestra resistencia no se debilitará. No solo defendemos nuestro territorio: defendemos nuestra identidad y nuestro derecho al futuro.

(gg/ms)

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