Para ser leídas con: “Street Life”, de Randy Crawford
En todos lados de lo que alguna vez fue tierra y hoy es asfalto hay avenidas para entender la superación de la especie como parte de la camada de los más aptos que Darwin tiene hoy trabajando 10 horas en el molino corporativo. Solo para que terminen exhaustos el día y mañana vuelvan a cruzar la misma calle en busca de otra tanda de hipnosis.
Estas avenidas fueron diseñadas con maternal cuidado y con la intención de ser experimentadas a manera de pasatiempo. Si se ven con la perspectiva del total de tiempo que uno va a vivir, ¿no sería más interesante recorrerlas con pleno uso de facultades? Puede sonar lejano atender el presente desde el presente. Más distante deja a uno, cruzar la calle con la mente en otra calle.
Parece simple, pero el reto de convertirse en zombie multitasker y creer que caminar y revisar timelines no es un reto a la fuerza de gravedad, pueden dejarlo a uno sin dientes (y más grave aún: sin celular). Lo importante aquí es dotar preventivamente al móvil con un protector de hule y tener suficiente pila para el trayecto al caminar. Después de todo, pasar tiempo con uno mismo es tan estéril como aburrido.
La multiplicación de rayas y plásticos industriales sobre el concreto en una ciudad que pretende parecer responsable con quien se trague la broma de que eso es una ciclovía sólo confunde más, al de por sí olvidado peatón. Indagar debajo de tales rayas puede resultar útil para ver si en otro momento pertenecían a un cajón de parquímetro, a un espacio para motos o si se trataba de territorio Viene-viene. Todo puede esconderse en las capas de una ciudad en la que se inventa espacio para subsistir.
Cuando a uno le toca ser peatón y cruzar calles también debe hacer el esfuerzo de contener maldiciones de ida y vuelta. Y es que algo sucede en esta ciudad con los motociclistas. No hay semáforos para ellos o al menos no logran distinguir el rojo del verde. Su vida es gobernada por la prisa sin importar si llevan una pizza o una novia en la parte de atrás. Lo de hoy es competir entre microbuses, camiones, patrullas y motos para ver quién frena al ver una luz roja. Será el hazmerreír de la calle.
Por eso siempre será útil reunir toda ira e impotencia y guardarlas para ser libremente descargadas cuando uno tenga que estar al volante. De eso trata la obligación de ser un ciudadano de mundo. De comprender las vueltas que nos hace dar esta tierra pavimentada.