Qué mal está un país cuando sus gobernantes y sus hombres violentan a sus mujeres o cuando se muestran incapaces de protegerlas, de ofrecerles la certeza de que puedan ir por la calle sin temor a ser atacadas impunemente. Qué triste que los medios de comunicación y las redes sociales conviertan en espectáculo para las masas hechos macabros como la desaparición y presunto asesinato de la joven Debanhi Escobar. El problema es que, al darle tratamiento de espectáculo, con sus respectivas dosis de sorpresa, misterio, suspenso e indignación, dejan a la población en calidad de espectadora, en vez de motivarla a la acción, a la protesta colectiva y a la exigencia de justicia.
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Los crímenes, tratados así, se convierten en capítulos de una interminable telenovela macabra o en una serie policiaca donde el crimen perfecto sí ocurre, y con lamentable frecuencia. Qué triste trivializar la muerte y perder la capacidad de asombro ante la enorme cantidad de mujeres desaparecidas o asesinadas por su condición de género. Y de momento nos solidarizamos con el dolor de las familias enlutadas y sentimos coraje, pero al otro día pasamos al siguiente capítulo y nos vamos olvidando de las víctimas, que en el mejor de los casos pasan a ser parte del anecdotario colectivo, de historias que llamaron nuestra atención por la crueldad de los victimarios y por la ineficiencia de las autoridades judiciales.
Porque somos un pueblo sin memoria y sin valores, que no se involucra en el destino de su país, mientras tenga espectáculos que le hagan pasadera la vida, aunque sea miserablemente. Porque en unos días más, el foco de atención de las masas estará en las rondas eliminatorias del campeonato de futbol, en la próxima pelea de El Canelo, en los disparates de Alfredo Adame o en los dimes y diretes de raperos y reguetoneros.