“Échenme agua”, pedían, gritaban, suplicaban tanto Luz Raquel como Margarita, ambas quemadas vivas por el hecho de ser mujeres.
Las dos han fallecido debido a las quemaduras en su cuerpo, un cuerpo que no resistió el odio de sus atacantes. Ambas advirtieron a las autoridades y denunciaron que estaban siendo agredidas y amenzadas, que temían por su vida.
En menos de una semana nos enteramos de la muerte de Luz Raquel y de Margarita, feminicidios que se suman al de Debanhi, María Fernanda y a los 89 reportados en junio, siendo la cifra más alta en 2022 y el mes más violento para las mujeres.
A Luz Raquel la quemaron por ser mujer y tener un hijo con espectro autista; mientras que a Margarita su cuñado le prendió fuego derivado de un conflicto familiar por una propiedad y por ser mujer.
Ambas eran madres solteras, ambas dejaron a sus hijos en orfandad, ambas perdieron la vida en un hospital, ambas hoy ya no tienen vida porque la violencia contra las mujeres está imparable.
Ambas fueron presas del odio y de la barbarie en la que vivimos, de la intolerancia y de la insensatez con la que se creé hacer justicia de propia mano, de la impunidad con la que sus agresores actuaron.
No imagino el dolor de sus heridas, ni la desesperación que sintieron al verse y sentir su cuerpo en llamas, la agonía por la que atravesaron, lo que paso por sus mentes mientras imporablan auxilio, la impotencia que les embargo por la forma en la que fueron tratadas y por el desprecio de sus agresores.
Nunca ninguna mujer debería ser tratada con tanto odio y desprecio, ninguna mujer en México merece morir de esa forma, los ataques de odio contra nosotras están a la orden del día.
Ahí están las mujeres víctimas de ataques con ácido, mujeres a las que no solo les desfiguran su rostro, sino la vida entera; mujeres que viven entre cirugías para poder continuar con la misma, mujeres que por odio llevan cicatrices en su rostro y cuerpo.
Hoy como nunca debemos desde el Congreso penalizar los ataques de odio contra las mujeres, no podemos quedarnos como espectadores mientras mujeres pierden la vida por odio y resentimiento, no debemos permitir que las cifras de mujeres quemadas por odio sigan en aumento, porque no son números, son vidas.
La impunidad y la negligencia de los responsables del cuidado y la protección de nosotras las mujeres no pueden quedar plasmadas en noticias, deben ser castigadas, porque la decidía y la indiferencia también matan.
Ahí están las advertencias de los agresores tanto de Luz Raquel como de Margarita, pruebas contundentes para que se eviten estos ataques. Ahí están las denuncias de ellas advertiendo que su vida estaba en peligro y que podrían ser víctimas de un feminicidio.
Los gritos de “échenme agua” no son solo para quienes estaban cerca de ellas el día de su ataque, sino para toda la sociedad mexicana, para todas y todos los que formamos parte del Estado, para esas autoridades omisas, y para que no se haga cotidiano la quema de mujeres vivas en México, para que el odio no le gane terreno a la vida.