Por Connie Molina
Érase una vez Luz y Armando…
Se conocieron por amistad entre los hijos de ambos, se gustaron desde verse, Luz hermosa mujer de mundo favorecida por Afrodita, simpática e inteligente; Armando hombre interesante y de buen ver, prominente abogado.
Él viudo, ella divorciada, ambos con los hijos ya fuera del nido. ¿Se podría pedir algo más para que se diera una buena relación?
¡Pues ya verán que SI!
Quedaron en llamarse, comenzaron a salir cada vez más, hasta que Armando propuso un plan más formal y Luz aceptó.
Todo parecía miel sobre hojuelas, él se portaba encantador y amable, Luz no veía las señales rojas que comenzaban a aparecer.
Empezó por preguntarle si tenía muchos amigos hombres, y que tanto los frecuentaba; qué si estaba en redes sociales, con cuantos se escribía; qué sí tenía relación con algún ex pareja. Si estaban en algún restaurante y ella le sonreía a la señora de enfrente, era porque seguro estaba coqueteando con el hombre de la mesa que le seguía; sí el mesero era amable con ella seguro la conocía por sus frecuentes idas a ese lugar; si el teléfono sonaba y ella no atendía, era seguro que le estaba llamando alguien que la podía comprometer; le pidió que borrara de sus redes sociales a todos sus amigos, además de los contactos hombres en WhatsApp, exceptuando, a sus hijos, hermanos y alguno que otro primo, porque decía que tenía familiares que se tomaban muchas confianzas con ella. Luz le pidió la dejara conservar a Roberto su mejor amigo; aceptó, pero con reservas. “Si puedes evitar los saludos efusivos con tu amigo, te lo agradeceré”. Luz quedaba atónita, pero no despertaba del sueño; comenzó a tener un cuidado extremo cuando hablaba con hombres, para que no pensara mal, ni creyera cosas que no estaban pasando, pero a pesar de todo él no mostraba confianza en ella. La cosa se ponía cada vez peor; tuvo que dejar de ver a su grupo de amistades porque “había demasiados hombres”, que seguramente algo tenían con ella.
Armando sin embargo nunca dejó de frecuentar a sus amistades, pero el colmo es que idolatraba a su esposa muerta, al grado de tenerla en un altar, donde le guardaba todo el amor y admiración enfermiza, que ustedes ya podrán imaginar, con decirles que Luz llegó a saber, sobre cada detalle de la vida de Ana, “la tan amada y perfecta esposa fallecida”.
Llegó el momento en que verse era una batalla, ya no era divertido ni agradable, la gota que derramó el vaso fue una ocasión en que la llegó a comparar con la ex esposa, menospreciándola por supuesto. Cuando Luz decidió terminar, al principio, se mostró orgulloso, luego suplicante, para después volverse violento. Afortunadamente Luz reaccionó a tiempo, aunque con el corazón apachurrado y siete años después, pero todavía completa.
El Síndrome de Otelo toma el nombre de la conocida obra de Shakespeare, “Otelo”, que mata a Desdémona poseído por unos celos enfermizos.
Continuará….
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