Para leer con: “Hey Henry”, de Etta James
Seamos honestos. De preferencia, cínicos. ¿Cuántas pláticas al día dejan satisfecho el ánimo de la curiosidad y el instinto de aprendizaje en un ambiente dominado por la superficialidad del chat y la frialdad de su funcionalidad?
Un ejemplo que sonará familiar: “Hola, ¿cómo estás? Bien, ¿y tú? Pues, acá, ya sabes. Qué bien. ¿Y tú? Nada, todo bien. Ah, mira. Pues ya estamos. Así le hacemos. Saludos a todos. Sal, bye. Igual, adiós”.
La comunicación ha sido tomada por pantallas y dispositivos, pasando por alto el valor de las conversaciones humanas en un franco baile de abstracciones. Se habla por necesidad olvidando la posibilidad de hacer más con el ingenio y las palabras.
Al filósofo Soren Kierkegaard, el mundo civilizado le generaba sospechas. Decía que, de ser médico, remediaría los males del mundo creando silencio para el hombre.
La solución de los males hace 200 años era, para el pensador danés, crear silencio: no solo un estado en el que el ruido se ausenta, sino la puerta para escuchar lo esencial y así integrar una relación consigo mismo.
A fondo
Sobran intercambios sociales cotidianos que parecen, más bien, turnos para hablar. No hay preocupación por la forma ni el fondo: el objetivo es ninguno. Si acaso, mover el hueco bucofaringeo. Y así se esparcen palabras triviales diarias en un océano en el que se intercambian vacíos y se normaliza la dinámica.
Por pequeña que sea la oportunidad, la comunicación es un fenómeno que tiene recursos propios para impactar con dignidad. Esta plática incidental, o small talk puede abrirse terreno por sí misma, solo basta emplear imaginación e interés.
Una idea es un patrón de información que ayuda a entender el mundo. Si se comunica con éxito, puede modificar la manera en la que se interpreta el mismo. Por eso las ideas son una fuerza en la conformación de la visión de cultura y realidad. Y, al fin, no dejan de ser un obsequio heredado.
¿Qué es una conversación significativa?
Con una conversación espontánea se abre el canal para adoptar un nuevo concepto de ecología humana: uno que reconstruya la idea de riqueza empezando por el intercambio de información en la comunicación más espontánea.
Si uno sucumbe al desinterés, convertirá la conversación en un guion esperado. Cuando —por el contrario— se profundiza, detalla o revela algo, se oprime el botón del interés alimentado por las partes involucradas. La marca de las conversaciones más profundas es el aprendizaje.
En ese aprendizaje y legado hay valor. Si como especie nos encontramos en este plano, encontrando y resolviendo problemas, es como resultado de la conexión. Celebremos el obsequio de darnos cuenta, al menos, conversando de manera consciente.
Transformar pensamientos abstractos en palabras y compartirlos con un par interesado que valide tales ideas, afianza el sentimiento de pertenencia y comprensión. Por eso el aprendizaje es elemental en las conversaciones significativas.
Te preguntarás, ahora, cómo distinguir los límites entre una conversión incidental y una significativa. No basta solo con el peso de la relevancia temática, hay otros puntos de utilidad a observar:
- Se evitan distracciones de ambos lados
- Hay cadencia y ritmo en la conversación
- No hay interrupciones
- No aflora el instinto por soltar lo que estoy pensando
- La mirada se mantiene enfocada, concentrada
- Existe una sensación clara de comprensión
- Hay espacio para el humor, como parte de una capa más profunda
- La sensación al final de la plática es que fue “valiosa” y es patente el deseo de repetirla
- Hay satisfacción y gusto de acercarse a esa persona
Después de todo, sentir y saber que te estás dando a entender y que logras establecer una conexión valiosa, te hace sentir con un espacio validado.
El especialista Arthur Aron desarrolló estudios en los que concluye que vale la pena —por mucho— hacer un esfuerzo para tener pláticas significativas, dado que el resultado impacta en el corto y largo plazo de las partes involucradas.
Hay poca vida. Acompáñala con una buena conversación.