Por Norma L. Magaña Rodríguez.
Es una mujer madura de 92 años que debe dejar su hogar en un pequeño suburbio de París, para mudarse a una residencia para ancianos al otro extremo de París, para lo cual solicita un taxi.
Llega un taxista de cuarenta y tantos años, muy gruñón, molesto con la vida, con serios problemas económicos, sin una perspectiva de mejora en su vida, con una familia que sostener y cargando días de mucho trabajo, que no le alcanza para lo básico.
Madeleine, bromea y sonríe a salir de casa, afable, le cuenta pasajes de su vida, que no ha sido del todo fácil, sino por momentos, lo contrario. Su tono no cambia, lo mismo cuenta un evento harto difícil, que los bellos eventos que disfrutó en su largo camino.
Charles, en principio no le hace mucho caso, parece creer que son elucubraciones de una anciana sin mucho aporte para él. Sin embargo, ella persiste en compartir sus vivencias, ese pasado lleno de significado y sueños compartidos.
Le molesta que lo haga atravesar París por rutas diferentes a las habituales, de un extremo a otro, para visitar los barrios donde creció, y otros tantos lugares llenos de recuerdos para Madeleine.
Poco a poco, lo compartido va calando el ánimo del chofer, empieza a escucharla más por amabilidad que por interés, éste va despertando despacio, muy despacio.
Algo dentro de Charles empieza a moverse; vienen a su mente momentos memorables que había depositado en el baúl del olvido: empieza a mirarse por dentro, a apreciar lo que sí tiene, ama y disfruta. Las posibilidades en su vida empiezan a hacerse visibles.
Deja de pelear con los otros automovilistas, empieza a disfrutar el tránsito de un lugar a otro, comer una baguette con Madeleine y reír juntos a carcajadas.
Casi sin darse cuenta, Madeleine lo lleva a exponer sus anhelos, sus amores y preocupaciones; los bemoles en su día a día, compartirlos le relaja, incluso disfrutan un helado y el tránsito se reanuda.
Para entonces Charles está cómodo con su compañía, aprecia lo compartido, nota la alegría y el disfrute de lo simple en lo cotidiano, el no apego y la libertad de vivir en plenitud sin considerar las circunstancias.
El día se convirtió en un paseo lleno de sorpresas, descubrimientos, alegrías inesperadas; disfrutan una buena cena, comparten risas, confidencias, un vino delicioso...
Hace horas que Madeleine debía estar en la residencia, pero eso no es importante, a ninguno de los dos les preocupa.
Lo valioso es lo comunicado y transmitido, lo que esa tarde sembró en Charles, su cambio de perspectiva, las vivencias compartidas, las risas espontáneas, su ánimo transformado.
El sentido de vida que apreció en la historia de Madeleine y sus vueltas por París, ¡son regalos en envolturas extravantes que pronto descubrirá!
Disfrutar lo que venga, el día a día, pues todo pasa, se transforma, dejando un gusto a veces agridulce o amargo, pero nunca insípido.
Madeleine y la vida aún le reservan sorpresas, él ya no es el mismo, lo siente, lo sabe, lo disfruta; una sonrisa ilumina su rostro al recordarla.
¿Has conocido a alguien que haya motivado, aún sin proponérselo, un cambio de perspectiva en tu vida? Yo sí, pero eso, ya es otra historia.
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