Opinión

Mareas de fuego

Los Ángeles y su ascenso como una de las metrópolis emblemáticas a nivel mundial es recurrente por la admiración que hay hacia esta urbe

Desde el punto de vista inmobiliario, Pasadena o Palisades, son éxitos comerciales a nivel mundial. Junto con Malibú y Santa Bárbara son de las localidades más cotizadas del planeta, hogar de celebridades y personas de amplio éxito económico. Uno pensaría, entonces, que vecindarios así estarían preparados para cualquier eventualidad y no siempre es así.

Sin embargo, esta es una historia que se repite por todo el globo y tiene causas que caen más en la falta de prevención, la especulación comercial y el interés por ponerle un precio a todo lo que en algún momento tendría que ser una responsabilidad pública y cívica.

Tema de diferentes películas exitosas, en la taquilla y en la historia del cine, el origen de la ciudad de Los Ángeles y su ascenso como una de las metrópolis emblemáticas a nivel mundial es recurrente por la admiración que hay hacia esta urbe.

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En todas estas cintas, (“Barrio Chino” y “Los Ángeles confidencial”, por ejemplo) se trata el problema del agua y el negocio cuestionable que representa su inadecuada gestión. También mencionan la recurrente sequía en la zona y el riesgo -siempre presente- de incendios catastróficos.

Por supuesto que estas advertencias, las de ficción y las reales, no detuvieron el ascenso de Los Ángeles ni el de los condados aledaños, probablemente porque los negocios son acuerdos, en su mayoría, de mediano plazo, mientras que la naturaleza a veces se toma su tiempo.

No obstante, los últimos años han sido los más secos para California y, en este sentido, para el planeta, lo que generó las condiciones perfectas para uno de los desastres más graves en el territorio que es considerado la décima economía del planeta, si mañana se separara de los Estados Unidos.

Pero culpar a la falta de lluvia no es suficiente para comprender lo que ha sucedido en estas dos semanas de infernal invierno en Los Ángeles. Un aumento en la gentrificación, paralelo a la caída en la inversión pública para contar con una infraestructura que prepare a los condados frente a un desastre, hizo que la contención no fuera suficiente para prevenir lo que vientos inusualmente violentos hicieron al transportar brasas por varios kilómetros para esparcir la misma tragedia en lugares donde no había lo suficiente y donde se pensaba que todo estaba resuelto.


También aquí han jugado dos industrias que deben entrar en una revisión, no solo en California, sino en muchas naciones occidentales, en lo que toca a sus prácticas corporativas.

La primera es la de la construcción y ese lucrativo hábito de edificar en colinas y valles donde no es conveniente levantar viviendas (cualquier semejanza con barrios de lujo nacionales en los que la convivencia con osos y otros animales salvajes está incluida no es mera coincidencia) y la segunda es la de los seguros, que parece vivir de sorpresa en sorpresa cuando un desastre de esta magnitud ocurre, cuando los antecedentes existen y las condiciones negativas se repiten cada año, sin que se haga mucho por evitarlo o atender los avisos de los científicos.

Si desde la fundación de Los Ángeles en 1781 sabemos que el agua debe cuidarse (porque, aunque te encuentres al lado de la costa, eso no protege de un clima desértico), ¿Qué sucedió para que un fenómeno natural tomara por sorpresa a una de las capitales más pobladas y a la segunda ciudad con más habitantes de los Estados Unidos?

Pronto confirmaremos las peores sospechas, igual que en casos de huracanes, tormentas y otros meteoros que, bajo el entorno adecuado, pueden transformarse en el brazo ejecutor de un ecosistema al que no podemos reclamarle que nunca avisa.

Espero que podamos aprender de estos terribles incendios para comprender que la naturaleza no repara en ingresos económicos, fama o prestigio individual, cuando toma su curso. De nada sirve la riqueza o el estatus ante mareas de fuego que consumieron vecindarios completos en cuestión de horas. Que las casas y los negocios estuvieran hechos de materiales inflamables, muy de moda, por cierto, solo agrega a la falta de prevención y de regulación adecuada en protección civil.

Reconocimiento a los departamentos de bomberos que, a pesar de los recortes y las decisiones que los restringen de cumplir con su cometido, siguen presentándose puntuales a la cita para tratar de controlar el desastre y salvar tantas vidas como se puedan; a ellas y a ellos, y a los miles de trabajadores, voluntarios, vecinos y hasta personas privadas de su libertad, que han combatido el fuego, particularmente a nuestros bomberos mexicanos que son un ejemplo aquí y en donde se paren. De nuevo, ellos son los héroes.


Hay mucho por reflexionar sobre este desastre. Es una buena oportunidad para evaluar las capacidades y la reglamentación que permite que estos errores terminen en tragedias y que las administraciones públicas cumplan con su tarea, frente a los intereses económicos que no están incluyendo la prevención en sus planes de inversión.

La primavera se acerca, igual que el verano, para que anticipemos una mejor convivencia con la naturaleza. Porque cuando ésta decide que ha sido suficiente, no se detiene casi ante nada.

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