Por Fernando Martínez Gallardo
Parte 2 de 3.
Ante una separación existen factores que dificultan la adaptación psicológica del niño, niña o adolescente, tales como: exponerlos a conflictos constantes e intensos entre los padres, aquí se incluyen tanto las disputas por temas pendientes, anteriores a la separación, los concernientes a temas patrimoniales y económicos, y aquellos discretamente relacionados con la divergencia de criterios y estilos educativos para con los hijos.
Perder a uno de los progenitores, bien, por la ausencia, bien porque, la relación sobre todo en aspectos emocionales (amor, comprensión, cariño, apoyo) se “enfría”, se estropea o se convierte en una relación de baja calidad, desencadenando un abandono emocional hacia él o la menor.
Otro factor es exponer a los hijos a mensajes negativos de uno de los miembros de la ex pareja, que incluye comentarios degradantes, despectivos, los insultos, las descalificaciones, las críticas, todo aquello dirigido intencionalmente o no, a manchar la imagen del padre o de la madre a los ojos de las hijas e hijos;
Un factor más de pobre adaptación implica perder relaciones importantes para los hijos (abuelos, tíos, primas, amigos…), y los excesivos cambios de lugares habituales, (cambio de casa constante, cambio de escuela, de residencia); impedir a través de comentarios o comportamientos que el niño, la niña o adolescente, sea infeliz en la casa de uno de los progenitores, o en caso de ser feliz, imposibilitar que pueda contarlo con naturalidad y seguridad.
Tema que en mi experiencia clínica es muy frecuente encontrar en los menores, el miedo a sentir que uno de sus padres se sienta excluido, no querido o poco reconocido, por sentirse bien cuando visita al otro progenitor, desarrollándose un profundo sentimiento de culpa, ambivalencia e inestabilidad;
Otros puntos relevantes que impiden la adecuada adaptación son, tener conductas sobre protectoras o excesivamente permisivas sobre los hijos, como permitir actuaciones o hechos que no eran toleradas antes de la separación; e influir en la situación emocional del menor.
Tanto por sobre protección, como por hacerle partícipe, buscando su comprensión de los sentimientos y emociones negativas de uno o ambos progenitores, o incentivar el chantaje emocional para conseguir su apoyo y posicionarlos frente al otro.
Ante esto, siempre será necesario recordar que nosotros como adultos, somos responsables del desarrollo emocional de nuestros hijos, por lo tanto, demostrarles la mayor estabilidad emocional posible, nos ayudará a forjar niños, niñas y adolescentes menos vulnerables, con mayor confianza ante las adversidades, y mayor facilidad para adaptarse a los cambios inesperados de la vida.
Algunos autores hablan de la transmisión generacional del divorcio, ya que estudios longitudinales reportan mayor frecuencia de depresión, dificultad para establecer relaciones personales estrechas, inseguridad ante la educación de los propios hijos, y tasas más altas de separaciones en sus matrimonios, en adultos cuyos padres se separaron.
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