En 1957, Frank Sinatra soltó una bomba mediática cuando declaró en la revista francesa Western World que la música de Elvis Presley era “la más brutal, fea, desesperada y perversa que he tenido la desgracia de escuchar”. Además, remató diciendo: “El rock and roll huele falso”.
¿Qué llevó al mítico intérprete de New York, New York a lanzar semejante sentencia? Sencillo: miedo. Sinatra veía cómo Elvis y su pelvis hipnótica desataban la locura juvenil mientras su propio público, fiel pero envejecido, empezaba a necesitar bastón. El rey del swing temía que el rey del rock lo destronara. Y no estaba tan equivocado.
Sin embargo, Frank cometió un error garrafal: subestimar al rock and roll. Pensaba que era una moda pasajera. Oh, Frank, si hubieras sabido lo que venía. Elvis solo era la punta del iceberg: pronto aparecerían los Beatles, Led Zeppelin, Cream, Black Sabbath y un ejército de iconos que definieron el siglo XX con acordes distorsionados y letras revolucionarias.
Ahora, déjenme traer esta historia a nuestros días con un toque de filosofía barata (gracias, Nietzsche): “el eterno retorno”. El ciclo se repite con el reguetón, uno de los géneros más odiados por adultos contemporáneos, esos mismos que, después de unas copas, lo bailan con más entusiasmo que un adolescente en TikTok.
Sí, el reguetón, ese género que lleva casi 25 años dividiendo opiniones, tiene un lugar similar al del rock and roll en los años cincuenta. ¿Es justo compararlos? No del todo. Técnicamente, hay un abismo entre ambos: el rock tiene raíces en el blues, poesía en sus letras y una profundidad cultural que parece superar al “perreo hasta abajo”. Pero aquí no estamos para medir virtudes, sino para entender lo que conecta a ambos géneros: el rechazo generacional.
La famosa frase de Sinatra, llena de desdén, podría aplicarse perfectamente al reguetón. Hemos juzgado, criticado y menospreciado a sus fans, mientras tarareamos sus canciones en secreto. Esa hipocresía colectiva revela algo más profundo: el temido síndrome “Sinatra”. Sí, ese que nos hace juzgar los gustos musicales de los jóvenes mientras sucumbimos a ellos en la pista de baile.
Y no es algo nuevo. En 1960, el mismísimo Sinatra tuvo que tragarse sus palabras. Por recomendación de sus manejadores, invitó a Elvis a cantar en su programa especial Frank Sinatra Timex Show: Welcome Home Elvis. Verlos juntos fue un símbolo de reconciliación, aunque no sabemos si Frank disfrutó el momento o si después se lavó las manos como Poncio Pilato.
La lección aquí es clara: no por escuchar ciertos géneros somos más o menos. La música es un idioma universal que nos conecta y refleja nuestra humanidad en sus múltiples formas. Cada género, desde el rock hasta los corridos tumbados, aporta algo valioso a la mesa.
Así que la próxima vez que critiques una canción de reguetón mientras mueves el pie al ritmo del bajo, pregúntate: ¿estás teniendo un momento Sinatra?
Mi nombre es Arturo Almanza, nos leemos… en la siguiente.