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TMec: Muchas promesas y pocas bonanzas del proyecto impulsado por Trump

El tratado prohíbe, por ejemplo, que Estados Unidos, México y Canadá se apliquen impuestos a la importación de música, software y videojuegos

Para el que fue presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la relación comercial entre aquel país con México era intolerable. Le enfurecía el déficit comercial de EU y el cierre de fábricas en el corazón de su país. “Ya no vamos a permitir que otros países violen las reglas, roben nuestros trabajos y agoten nuestra riqueza”, prometió hace seis años.

Así que Trump presionó a México y Canadá para que reemplazaran su pacto tripartita por uno más de su agrado. Después de un par de años de negociaciones, consiguió lo que quería. Quedó atrás el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y llegó el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que Trump elogió como “el acuerdo comercial más justo, más equilibrado y beneficioso que hayamos firmado jamás”. El T-MEC cumple su tercer aniversario en esta semana.

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El pacto comercial no ha demostrado ser la bonanza económica que Trump presumía que sería. No podría serlo, dado que el comercio representa menos de un tercio de la economía estadounidense de 26 billones de dólares.

No obstante, aunque el impacto general del acuerdo ha sido menor, sí ha ayudado a los trabajadores de base, sólo que los beneficiarios hasta ahora son en su mayoría de México. Las nuevas disposiciones del pacto han mejorado la capacidad de los trabajadores mexicanos para formar sindicatos y obtener mejores salarios y condiciones de trabajo.

Los funcionarios y expertos en comercio creen que los beneficios laborales también llegarán, con el tiempo, a los trabajadores estadounidenses, quienes ya no tienen que competir con los trabajadores mexicanos, muy mal pagados y sin un poder de negociación real.


“Los trabajadores estadounidenses ganan cuando los trabajadores de otros países tienen los mismos derechos”, asevera Cathy Feingold, directora del departamento internacional de la confederación sindical estadounidense AFL-CIO.

La subsecretaria adjunta del Departamento del Trabajo de Estados Unidos, Thea Lee, admitió que el pacto y las reformas de México no han existido el tiempo suficiente como para producir aún un beneficio cuantificable para los trabajadores estadounidenses. “Vamos a ver los resultados positivos primero para los trabajadores mexicanos, porque México está pasando por una reforma del mercado laboral masiva, integral y ambiciosa”, afirma.

El expresidente también pronosticó que las exportaciones de autopartes estadounidenses a México aumentarían en 23 mil millones de dólares. Han aumentado desde 2020, pero solo en alrededor de ocho mil millones de dólares.

No creo que alguna vez podamos decir que (el T-MEC) logró mucho”, admite Alan Dierdorff, profesor emérito de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Michigan. “No creo que haya entorpecido mucho, pero no creo que haya ayudado mucho”.


Trump aseguró que el nuevo pacto comercial crearía 76 mil empleos en la industria automotriz. Desde enero de 2020, los fabricantes de vehículos y repuestos han creado casi 90 mil puestos de trabajo y el comercio norteamericano ha florecido. El comercio de Estados Unidos con Canadá y México alcanzó un récord de 1.78 billones de dólares el año pasado. Eso fue un 27% más que en 2019 y estuvo por encima de una ganancia del 20% en el comercio con China durante el mismo período.

Sin embargo, es difícil determinar qué ganancias económicas se pueden acreditar al T-MEC y cuáles se produjeron por una variedad de razones no relacionadas con el pacto. Eso es particularmente cierto a la luz del tumulto económico inusual de los últimos tres años: una pandemia devastadora seguida por una escasez grave de mano de obra, retrasos en las cadenas de suministros y un resurgimiento de la tasa desenfrenada de inflación.

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Cualquier esfuerzo por calcular el impacto del T-MEC también se ve complicado por los propios esfuerzos enérgicos del presidente Joe Biden para rejuvenecer la industria estadounidense con billones de dólares de gasto en infraestructura y subsidios.

El T-MEC, por ejemplo, prohíbe que Estados Unidos, México y Canadá se apliquen impuestos a la importación de música, software, videojuegos y otros productos vendidos electrónicamente; permite el uso transfronterizo de firmas y autentificaciones electrónicas; y protege a las empresas de tener que divulgar códigos fuente y algoritmos internos.

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Norteamérica ha tenido más éxito al usar el acuerdo para presionar a los empleadores mexicanos a fin de que cumplan con las reformas laborales de su país. Los trabajadores ahora pueden votar libremente para afiliarse a sindicatos, aprobar contratos y elegir líderes sindicales. Previamente, los sindicatos proempresariales en México firmaban contratos a espaldas de los trabajadores. Las huelgas eran raras, los salarios se mantenían bajos y los líderes sindicales se enriquecían.

El T-MEC dio a los trabajadores y activistas sindicales de Estados Unidos y México un arma nueva: el “Mecanismo Laboral de Respuesta Rápida”. Este permite que el gobierno de EU tome medidas enérgicas contra fábricas individuales en México —por ejemplo, suspendiendo las exenciones arancelarias para sus productos— si violan la legislación laboral mexicana.

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“Tomamos muchas de las partes clave de la reforma laboral (de México) y las integramos directamente en el acuerdo comercial”, puntualiza Josh Kagan, representante comercial asistente de asuntos laborales de Estados Unidos. “Estamos haciendo que México de verdad implemente esta reforma laboral que ha emprendido”.

Hasta el momento, Estados Unidos ha utilizado el mecanismo 11 veces para exigir correcciones por violaciones a la legislación laboral. México ha cooperado hasta ahora, enviando inspectores laborales y fuerzas del orden público para proteger las urnas en votaciones nuevas que en su mayoría han ganado los sindicatos independientes.

Bajo la presión de una queja de EU, los funcionarios y observadores mexicanos supervisaron una votación sindical en la que se eliminó al sindicato anterior. El nuevo sindicato ganó el derecho a negociar y un aumento salarial del 8.5%, más bonificaciones.

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Si los trabajadores hubieran intentado un esfuerzo de organización similar antes, nos habrían despedido de inmediato”, recalca Manuel Carpio, quien trabaja en una planta de General Motors en Silao, en el estado de Guanajuato.

“Los obstáculos que enfrentamos son la resistencia normal que podrías esperar en un sistema que ha estado operando durante al menos 80 años”, reconoció Julia Quiñonez, quien organizó un sindicato independiente en una planta de autopartes de propiedad estadounidense.

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